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Soy guatemalteca y vengo de una familia humilde e indígena. Casi toda mi vida ha sido de sufrimiento y muchas veces de carencia. Donde nací, el departamento del Quiche es muy pobre. Mis padres luchaban día con día. Mi madre compraba gallinas, cerditos, o verduras para vender en el pueblo y mi padre trabajaba en la costa cortando caña. Cada mes llegaba a casa a dejarle dinero a mi madre hasta que un día juntaron dinero y nos fuimos a vivir a otra Aldea.
Cada día mis padres trataban de superarse, pero como éramos indígenas, la gente nos humillaba – nos decían indios chumos. Mi madre siempre andaba con su traje típico y nosotros hablamos con un acento diferente al de la mayoría de las personas mestizas. Yo me sentía muy mal por sentirme menos que lo demás. Mi madre era fuerte. Ella trataba de que no le afectaran las ofensas. Recuerdo que un día alguien tiró gasolina e incendió nuestro hogar. Mi madre me contó que se levantó rápidamente. Cuando vio que la mercancía de su tiendita estaba encendida, ella pensaba que nosotros, sus hijos, estábamos haciendo travesuras. Al darse cuenta de que estábamos dormidos, era evidente que había alguien con malas intenciones.
En otra ocasión cuando mi padre no estaba, entró un hombre al negocio de mi madre por la madrugada. Yo escuché la persiana (puerta) sonar. Yo sólo era una niña de 10 años cuando vi que el hombre estaba golpeando a mi madre tirada en el suelo. Pensé lo peor, grité lo más que pude, madre…
Al escuchar mis gritos, el hombre corrió hacia a mí. Me quería hacer daño a mí también. Al escuchar que nuestros vecinos hicieron ruido, el hombre huyó. Fue tan doloroso ver mi madre tirada y golpeada así. Cuánto racismo y odio sufrimos nosotros, solo por ser indígenas. Nos robaron muchas veces de nuestro pequeño negocio. Pero mis padres no se podían ir de ahí porque el negocio era el sustento de nosotros.
En el año 2008, mi madre le prestó un dinero a una señora. Mi madre se lo presto para poder ganar un porcentaje. Aunque la señora firmó un contrato, lamentablemente, la señora no le pagaba a mi madre. Pasaron dos años sin que le pagara a mi madre, y ella necesitaba ese dinero. En el 2010, mi madre decidió hablar con la señora. Mi madre le dijo a la señora que, si no le pagaba lo que le debía, la metería presa por no seguir el acuerdo que tenían. No recuerdo bien si mi madre fue al juzgado. Y pues, pasaron como 15 días y la señora mandó a matar a mi madre. Mi madre murió de un balazo cerca del cráneo. Sin duda alguna, fue la señora que le debía a dinero quien mandó a matar a mi madre.
Y como era Guatemala–dónde muchos de los crimines quedan impune– las autoridades no hicieron nada. Al hombre quien disparó lo agarraron, pero pocos meses después nos enteramos de que lo dejaron libre. Esa señora que mandó matar a mi madre se reía cada vez que nos veían. Me imaginó que se reía porque a ella no le hicieron nada y más aún al ver a mi padre solo con mis hermanitos huérfanos de madre. Mi hermano más pequeño tenía solo dos años, el penúltimo tenía tres y medio. Ellos eran tan pequeños. Me enojé tanto. Me llené de furia y fui al juzgado para pedir que reabrieran el caso contra la señora, para que la investigaran y no quedaría impune por la muerte de mi madre.
La policía me dijo que no podían hacer nada con el caso ya que habían pasado tantos años. Me enteré de que esa señora se dedicaba a vender droga y estaba en una pandilla. Yo sé que no la arrestaban porque ella compraba a los policías (algo común en mi país.) La señora se dio cuenta que yo intenté de reabrir el caso de mi madre en contra de ella, porque entonces comencé a recibir llamadas telefónicas amenazándome de muerte. Yo tenía mucho miedo por mi vida y la de mi familia.
Yo tenía un novio desde el año 2007–más o menos. Era un hombre con vicios desde los 14 años. Sin embargo, él era amoroso y yo estaba muy enamorada. En el año 2013 quedé embarazada de él. Desde mi embarazo, mi marido cambió completamente. Según el, yo lo había traccionado, y por eso me veía con odio.
Por sus acusaciones, nos habíamos dejado. Pero después él decidió buscarme, me pidió perdón y volvimos. Pero ya no era igual. Comencé a recibir maltrato, golpes, y abusos sexuales de él–no le importaba que estuviera embarazada. Hasta en una ocasión cuando yo tenía ocho meses de embarazo, él intentó ahorcarme.
Decidí dejarlo y me fui a casa de mi padre. Sin embargo, él llegaba a buscarme, siempre andaba drogado, golpeando la puerta y gritando cosas feas, amenazando que, si no regresaba, me iba a dar palizas.
Muchas veces intenté pedir ayuda, pero nunca me ayudaron. No había justicia en mi país.
Nació mi hija y volví con él, ya que tenía miedo de volver a casa porque no quería que mi padre supiera de mis problemas, ya que él estaba muy enfermo.
Un día mi marido llegó muy molesto por que yo fui a pedir ayuda para que el me diera dinero. Él llego y me golpeó salvajemente. Yo quedé inconsciente. Escuchando los llantos de mi hija agarré lo que pude y hui a la casa de mi padre.
Y de nuevo él llegó a buscarme a la casa de mi padre haciendo lo mismo que antes, golpeando la puerta, gritando cosas feas.
Ya no podía más… golpes de mi marido contra mí y mi hija, y las amenazas de muerte contra nosotras por la persona que mató a mi madre y los pandilleros. Ya era mucho sufrimiento, con el dolor de mi alma. Dejé a mi padre y mis hermanos, pedí prestado un poco de dinero y tomé rumbo hacia este país. En el transcurso del camino muchas veces me quedé dormida en la calle, otras contando con suerte me quedaba en los albergues. El camino fue largo–como mes y medio. Cuando llegué a este país por fin sentía alivio de estar lejos de tanta violencia y sufrimiento.
Después de meses de estar aquí volví a sentir miedo porque tenía que luchar mi caso de deportación con el miedo de que me regresen al infierno del cual había huido sin tener los recursos para pagar un abogado. Sin embargo, llegaron los ángeles de Tahirih. Tomaron mi caso de asilo y gracias a ellos y a los que los apoyan, gané mi caso. Me sentí tan feliz y por fin dejé de sentir miedo.
Estoy aquí como un ejemplo para las mujeres y las madres, sobrevivientes que han hecho todo lo posible para protegerse y proteger a sus hijos.
Podemos superar situaciones impensables. Todas las madres deben tener la oportunidad de luchar por la justicia para ellas y sus familias. Merecemos ser escuchadas y merecemos estar libres de violencia.